María, Madre de Discípulos.
“Uno no puede hacerse discípulo por sí mismo, sino que es el resultado de una elección, una decisión de la voluntad del Señor basada a su vez, en su unidad de voluntad con el Padre”
Benedicto XVI – Jesús de Nazaret
Por un lado, una sociedad que crece desmedidamente, nuevos sistemas económicos y políticos, multiformes ofertas para vivir la trascendencia del ser, avances impresionantes en la ciencia y la técnica, nuevas formas de vida, en pocas palabras, una revolución contrarreloj que busca dotar de sentido la existencia del hombre de una manera totalmente superficial, ofreciéndole en el dinero, el poder y el placer, el camino a la realización, suprimiendo todo valor absoluto e intangible, olvidando que el ideal más profundo del hombre es vivir el amor como la manifestación más noble de su trascendencia. Una sociedad que quiere reducirlo todo a un signo, a una demostración, a un objeto posible al sentido, una sociedad donde ser Feliz es el ideal mas detentado, una felicidad que se escapa de sus manos, pues como todo lo suyo, está determinado por el tiempo y el espacio. Sin embargo una sociedad que con todas sus bondades y oscuridades contiene al hombre como presa de su constante avance; este es su entorno, el entorno del hombre, aquí tiene lugar su realización, en medio de esta salvaje sobreabundancia de medios para vivir, pero en la paupérrima oferta de porqués.
Por otro lado, más de XX siglos de camino haciendo historia desde Dios y con el hombre. Una Iglesia que presenta a millares de seres humanos que supieron atreverse a ser radicalmente diferentes, a mostrar ante el momento histórico que le correspondió vivir a cada uno de ellos, que ser feliz es posible; aun en nuestros días, centenares de personas que en su silencio pero en la riqueza de sus acciones, hablan del nuevo nombre de la Santidad en estos días, la Felicidad. Un Catolicismo que como estilo de vida y no como un movimiento doctrinal y determinista, está en capacidad de dotar de sentido la vida del hombre, de aportarle trascendencia, una Iglesia en constante purificación que quiere mostrar ante el mundo el rostro misericordioso del Padre, hombres y mujeres que han decidido dar un si generoso a la acción de Dios en sus vidas y reuniéndose en torno a Él forman comunidad. Al igual que la Sociedad de consumo, que describía anteriormente, una iglesia que tiene lugar en el mundo, y que estando en función de Dios, está al servicio del hombre para acompañarlo a su Plenitud.
Al centro de este parangón, el hombre, como objeto de todas las realidades, aturdido por la cantidad de voces que le ofrecen sentido, cansado de buscar y no encontrar más que rígidos sistemas que determinan su desarrollo, desilusionado por el anti testimonio de tantos que dicen vivir con radicalidad su opción de vida, absorto en el deseo de la instantaneidad y olvidado casi por completo de su dimensión trascendente.
A menudo, es posible encontrarse con que la Iglesia Católica no está en capacidad de responder a estos cuestionantes del hombre y a los desafíos que trae implícito para ella el siglo XXI, sin embargo como hombre creyente y observando desde los ojos de la Fe, considero no que la Iglesia no esté en capacidad de responder a las exigencias del hombre contemporáneo, mas bien, no se ha sabido, por decirlo de alguna manera presentar ante el mercado del mundo el apasionante mensaje de aquel que caminó un día por las calles de la Galilea, aquel, que con su misteriosa mirada y personalidad atrayente llamaba a muchos hombres y mujeres y arrancaba de su corazón un Si decidido y casi instantáneo, hombres y mujeres que se aventuraban en la epopeya de seguirlo no por sus meritos, sino en un acto de su suprema bondad, “Subió al monte a orar y llamo a los que el quiso para que estuvieran con el” Mc 3,13. En palabras del Papa Benedicto XVI, “La elección de los discípulos es un acontecimiento de oración; ellos son, por así decirlo, engendrados en la oración, en la familiaridad con el Padre”.
Pues XX siglos después, esta historia continua vigente, pues Cristo, su protagonista está vivo y habita entre nosotros, de esta forma hoy como ayer, se sirve de su Iglesia, para continuar llamando hombres y mujeres a vivir la aventura de ser Discípulo en el contexto de nuestros días, es decir, Cristo sigue buscado personas que desde la apertura de corazón se permitan lanzarse a los brazos del Padre para atreverse a ser diferentes, a caminar en contracorriente al mundo, a ser prolongación del Amor del creador para sus hermanos, en una palabra, a ser agentes del reino desde la coherencia de vida y el testimonio en el Amor como expresión máxima de la unidad, aquel deseo que en el marco de una cena dejó descubrir como su más profundo anhelo: “Padre que todos sean Uno” Jn 17,21.
Nada diferente, salvo los avances que mencionaba al comienzo, a la realidad que tuvo que afrontar la primitiva comunidad Cristiana: persecución, entredicho, controversia, división, temor, un aparente fracaso; pareciera estar leyendo en las páginas de los Hechos de los Apóstoles, la realidad de la Iglesia del Siglo XXI.
Aquellos hombres que en su momento se atrevieron a vivir la apasionante misión de continuar la obra de Cristo, su Iglesia, no fracasaron, pues supieron poner toda su confianza en aquel que al llamarlos, no miro su pecado o su indignidad, sino que se fijo en su capacidad de Amar y eso le bastó. Esa capacidad de Amar, hizo que el los llamase a formar con él una nueva familia, a dejar Padre y Madre, para anhelar con libertad, ideales más encumbrados y exigentes, gracias a ellos hoy el preciado tesoro de la Fe, aunque rebatido y atacado, permanece y no termina.
Si bien, estos hombres empujan con su decisión a acogerse a la radicalidad del llamado, la Iglesia, en su afán de acompañar al hombre, propone un modelo más encumbrado aun, a aquella Bienaventurada mujer, que supo hacer de su vida una respuesta generosa al Plan de Dios en su existencia con una abnegación total que alcanzó en la donación su felicidad, aquella joven doncella que en la tarde dolorosa del Calvario fue entregada como Madre a aquella comunidad que el Hijo había reunido en torno a Él.
Ella desde aquel momento es la Madre de la nueva comunidad que comenzaba a gestarse en el Sacrificio de Cristo, para nacer como una comunidad Pascual, que contempla el rostro radiante del Hijo que se levanta y otorga todo el vigor posible para ir hasta los confines del mundo, esta es la razón de ser de la nueva comunidad, la Resurrección de Cristo.
Sin embargo, esta Mujer que como el hijo cautiva por su silencio y su aparente ausencia, además de ser la Madre del hijo de Dios, antes de ser la Madre de la naciente Iglesia, supo y quiso por iniciativa propia hacerse discípula del Hijo. El llamó a los que quiso, mas a su madre, no necesito llamarla, pues ella albergaba desde entonces en su corazón la experiencia transformadora de Dios y libremente, sin ufanarse en su papel de Madre, supo asumir no solo la actitud de María la de Betania, que se sentó a los pies del Maestro para escuchar su doctrina, sino que supo también poner como Juan su cabeza sobre el pecho del Maestro, para que escuchando los latidos de su corazón la instruyera a la hora de Amar, amor que en su niñez puedo aprender de ella en gran manera pues como Madre, se constituía para él en modelo de donación, de entrega, de negación a los propios intereses para asumir los del otro, de ella Jesús aprendió que al Amar es necesario darse hasta el Extremo.
Más aun Ella no se conforma con adoctrinarse y compartir los sentimientos del Maestro, María supo poner por obra aquel discurso que nos presenta San Juan, cuando Jesús pedía a sus discípulos: “Permaneced en mi Amor”, por eso no es difícil encontrarle camino a la vía dolorosa, sintiendo con el hijo y resulta consolador encontrarla en la cima del Calvario, cumbre de la vida de Cristo, pues allí, El la juzga el mejor fruto a quien encomendaría el cuidado de aquellos a quienes con especial predilección había escogido y hoy se convertían para él en los íntimos que se abrieron a la hazaña de ser discípulos, de un hombre que clavado en una Cruz de pies y manos, inspiraba el desasosiego del fracaso.
La fe de estos hombres, pasa por la noche oscura de la Cruz, sin embargo allí esta María, la Madre fiel, animando la esperanza decaída de los que en el patíbulo, contemplaron el fin de esta historia. La Cruz en ese momento, se convierte en el punto de Partida, y también allí esta María, para tomar en alto la bandera de la obra que había iniciado el Hijo. Siempre creyente, siempre orante, siempre segura en la resurrección, pues al haber dado el gran paso de la Fe, el amor le aseguraba la Victoria del que yacía en el Sueño de la Muerte.
Con Cristo, también María se levanta vencedora en la Mañana del Domingo, es allí donde la esperanza se ve reconfortada, es allí donde con ideales renovados, ella asume la responsabilidad de la Comunidad de Discípulos, para hacer realidad la promesa del hijo: “Yo Estaré con ustedes hasta el Fin de los Tiempos”.
Aquella bienaventurada mujer, supo siempre estar ahí, como la Madre oportuna, en una maternidad que se extiende a nosotros no por vínculos de Sangre, sino por la Fe, una Fe inquebrantable en la Persona de Cristo. Hoy después de 2000 años del acontecimiento histórico de Pentecostés, ella sigue caminando con la Iglesia, continua construyendo esta apasionante historia del Amor de Dios por su pueblo, no únicamente como guía, sino como Madre, como Modelo, pero junto al Hijo como una discípula mas que escucha con atención, para replicar la realidad de Cristo en la trastornada realidad del mundo.
No necesita de hechos extraordinarios para demostrarnos su cercanía total, pues nos basta la seguridad de su fidelidad. Ella ilumina la Iglesia de hoy en todas sus dimensiones, pues se constituye ella misma en una fuente inagotable de doctrina, en manantial de gracias inagotables, en firme intercesora, pero ante todo en una adoradora constante del Misterio del Amor de Cristo expresado en la liturgia de la Iglesia.
E aquí un modelo que vale la pena imitar, esta es la mujer que supo vivir con radicalidad el mensaje del Evangelio, esta es la mujer en quien las esperanzas del Pueblo de Israel se vieron realizadas gracias a su profunda generosidad, esta es la mujer que nos enseña la autenticidad y la valentía para afrontar ideales superiores. María, la mujer de la Pascua, le enseña a la Iglesia la confianza absoluta en la Voluntad de Dios, una esperanza que hoy más que nunca, al contemplar el fracaso de tantos sistemas Morales, religiosos, económicos, el declive de la dignidad del hombre, la dictadura del relativismo, debe impregnar cada uno de los espacios para no limitarnos a hacer de nuestra vida y vocación un permanecer pasivo, sino mas bien la capacidad de llegar a ver con los ojos de la Madre y darnos cuenta que en Cristo, todo tiene Sentido.
Contemplar a María, es darse cuenta que ser Feliz, si es posible, que asumir el estandarte para comenzar a caminar en las Filas de Cristo no es un absurdo, sino un acto de Fe en el Amor, para emprender la gesta del discipulado. María es Madre, es Discípula, pero también es maestra de nuestros pueblos, que a través de las ricas manifestaciones de piedad que nacen desde la experiencia de fe acontecida en el seno de cada una de sus culturas, instruye a sus hijos para escuchar del maestro las palabras de Vida Eterna. Ese es el reto que María lanza hoy como autentico modelo, a la Iglesia de nuestro Tiempo, ser capaces de lanzarnos a la aventura de la radicalidad, a la hazaña de ser diferentes a pesar de la persecución y de la crítica, a ser capaces de entregar la vida por un ideal noble por tanto atreverse a ser discípulo es una aventura que no vale la pena, vale la vida.
Ser Discípulos al estilo de María es vivir como la Primera comunidad Cristiana, en la esperanza firme de la Pascua, aunque sea necesario pasar por la noche del dolor.
María, Madre de nuestros Pueblos, en la Cruz, el acontecimiento máximo de nuestra Salvación, junto al hijo nos das toda una lección de Amor. Mira la realidad de nuestro mundo que se ha olvidado de Dios, pero mira también nuestra realidad de discípulos que acobardados como ellos en el cenáculo, buscamos ensimismarnos y callar la experiencia de ser amados, despierta en nosotros y en los pueblos que se confían a tu protección, un ardor desmedido por la persona de Cristo, pon en nuestras existencias un toque de ti, para que nos aportes autenticidad, generosidad y radicalidad y que asumiendo el llamado del Hijo, contribuyamos a la construcción del reino de la justicia, la verdad y la Paz.
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